Mansilla de la Sierra es un municipio singular, marcado por su historia reciente y por su estrecho vínculo con el agua y la montaña. El pueblo actual fue reconstruido tras la construcción del embalse que lleva su nombre, cuyas aguas cubren el antiguo asentamiento. Hoy, el embalse de Mansilla no solo es una pieza clave en la gestión del agua de la región, sino también un enclave natural de gran belleza y biodiversidad.
La etimología del nombre revela su pasado como una «mesilla» o «meseta», un asentamiento en una región montañosa bañada por los ríos Gatón, Najerilla y Cambrones. El antiguo Mansilla, construido completamente en piedra, se caracterizaba por sus calles empedradas, puentes que conectaban las dos márgenes del Gatón y su majestuosa iglesia.
Este pueblo, que en su apogeo era una joya arquitectónica, estaba abrazado por ríos que alimentaban huertas y proporcionaban remansos para el ganado. Su palacio se alzaba imponente, y el río Najerilla fluía a sus pies, mientras el Cambrones creaba paisajes de calma y prosperidad. Los visitantes disfrutaban de su primer templete musical en piedra de toda la sierra y se refugiaban del calor en el frontón cubierto por un frondoso arbolado. Desde el Pico de la Horca, la Ermita de Santa Catalina, erigida en el siglo XII, custodiaba la villa con su ábside semicircular de estilo románico, un testimonio de la belleza arquitectónica que definía a Mansilla.
Mansilla también estaba rodeado por otros ríos como el Calamantia y el Portilla, añadiendo a su paisaje una riqueza natural y una historia aún más profunda. Este asentamiento no solo fue un enclave romano con actividad minera, como lo atestiguan los hallazgos de monedas y restos arqueológicos, sino que también fue un próspero centro minero durante el siglo XIX, con más de cuarenta minas de cobre, plomo y plata.
En 1366, el Rey Enrique II de Trastámara concedió el Señorío de Cameros, del que formaba parte Mansilla, a Juan Ramírez de Arellano como recompensa por su apoyo en la lucha contra Pedro I el Cruel. Posteriormente, el pueblo pasó a formar parte del señorío de los Condes de Aguilar y fue una villa eximida de la provincia de Soria hasta la creación de la provincia de Logroño en 1833.
Sin embargo, el antiguo Mansilla, con su rica historia y belleza sin igual, enfrentó su mayor desafío a mediados del siglo XX. La tragedia del embalse, sin embargo, marcó el fin del “antiguo” Mansilla. Durante el periodo republicano, el Gobierno había contemplado la construcción de una presa en esta área para embalsar agua y suministrar riego y electricidad a los pueblos del Alto-Najerilla. Aunque existía una alternativa para construir la presa más abajo, que evitaría inundar Mansilla, la Guerra Civil impidió llevar a cabo este plan. Con el ascenso del régimen de Franco, la decisión final fue inundar el pueblo, pues modificar el trazado de las carreteras para la otra variante sería más costoso.
El viejo Mansilla, a pesar de sus innegables valores históricos y arquitectónicos, fue sumergido bajo las aguas del embalse en 1960. Los habitantes, en una escena casi apocalíptica, tuvieron que abandonar sus hogares con el agua ya a nivel de tobillo, y trasladarse a un nuevo pueblo que aún no contaba con servicios básicos como luz eléctrica o calles asfaltadas.
La creación del nuevo Mansilla, diseñado por el gobernador José Elorza Aristorena y Marcelino Antón González, intentó preservar la comunidad en medio del cambio. Se construyeron casas alineadas de tres plantas, y se ofrecieron indemnizaciones mínimas a los desplazados, que recibieron un precio desproporcionadamente bajo por sus propiedades.
Hoy, el nuevo Mansilla es un moderno pueblo serrano, cuyo embalse, una vez un símbolo de desolación, ahora refleja la belleza de las montañas circundantes. El escudo heráldico del pueblo, que muestra ríos, huertas y lobos rampantes, sigue siendo un recordatorio de su rica herencia. El Palacio de Mansilla, que en su momento albergó a figuras históricas como Fernán González y el Rey Juan II, ahora se encuentra bajo el agua, pero el legado de Mansilla persiste en la memoria y en el paisaje.
Mansilla se ha transformado en el «Mar de La Rioja» y el «Océano de las Siete Villas», un lugar donde el pasado y el presente se encuentran en una sinfonía de historia y modernidad, y donde cada rincón cuenta la historia de un pueblo que, aunque sumergido, sigue vivo en el corazón de sus habitantes y en la belleza de su entorno.
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Julio Grande